Romina Nerguizian

Friday, December 05, 2008

Libertad . . .

"En las generaciones sin ideales se advierte una sorda confabulación de mediocridades contra el mérito. Todos los incapaces de crear su propio destino conjugan sus impotencias y las condensan en una moral burocrática que infecta a la sociedad entera. Los hombres aspiran a ser medidos por su rango de funcionarios; el culto cuantitativo de la actitud suplanta el respeto cualitativo de la aptitud. Cuando el mal es hondo, como ocurre en los diplomáticos de profesión, adquiere la inmoralidad estructura de sistema; los individuos se miden entre sí según su jerarquía, como fichas de valor diverso en una mesa de juego. El hábito de ver tasar a los demás por los títulos que ostentan despierta en todos un obsesivo anhelo de poseerlos y hace olvidar que el Estado puede usar en su provecho la competencia individual, pero no puede conferirla a quien carece de ella. En el engranaje de la burocracia no es necesariamente economista el profesor de economía política, ni astrónomo el director del observatorio, ni historiador el archivero, ni escritor el secretario, como tampoco es fuerza que sea estadista el agobernante. Las más de esas personas, respetadas por su rango, ruedan al anónimo el mismo día que lo pierden; a esa hora se mide la vanidad de su destino por el empeño con que sus domésticos alaban a los nuevos amos que los sustituyen. El hombre que se postra ante el rango de fetiches pomposos logra hacer carrera en el mundo convencional a que sacrifica su personalidad; lo merece. Su destino es frecuentar antesalas para mendigar favores, perfeccionando en protocolos serviles su condición de siervo. Desdeñe la juventud esos falsos valores creados por la complicidad en el hartazgo. Burlándose de ellos, el hombre libre es un amo natural de todos los necios que lo admiran. Respetando la virtud y el mérito, antes que el rango y la influencia, aprenderán los jóvenes a emanciparse de la servidumbre moral. Por eso tener ideales es vivir pensando en el futuro, sin acomodarse al azar de la hora presente; para adelantarse a ésta, es menenster vivir desorbitados, pues quien se entrega a la moda que pasa, envejece y muere en ella. Si el mérito culmina en creaciones geniales, ellas son de todos los tiempos y para todos los pueblos." Citando a José Ingenieros en "Las Fuerzas Morales".

Friday, November 28, 2008

25 noviembre Día en contra de la violencia hacia la mujer




Para los que no son indiferentes






Nadie puede hacerse cargo de llevar el Mundo a sus espaldas.
Y sin embargo, todos llevamos la historia de este Mundo sobre las nuestras.
Una historia donde lo magnífico y lo horroroso conviven en armonía y en promiscuidad, como amantes apasionados y como perros rabiosos.
Y el asombro, esa capacidad que siempre agoniza y siempre revive, habita en cada momento, en cada instante, en cada suspiro de nuestra soledad y de nuestro desvalimiento.

Tapadas de Silencio

Y un día ya no están en la centenaria ceremonia porque ellas solas, mujeres jóvenes y niñas, deben cargar con la historia y dejar ante nosotros la estela del estúpido asombro,
de la bellaquería de la complicidad por el no compromiso,
de la cretinada sin nombre que oscurece el cielo y apaga, extingue, la palabra dignidad.
Esa familia sentada en la centenaria ceremonia de comer juntos en derredor de una mesa real o imaginaria, carga sobre sí esa historia y ese asombro.
Y es posible (¿porqué no?) que en esa mesa esté una niña o una joven, sujetos históricos del maltrato más atroz entre todas las atrocidades de la historia humana y destinatarias de los más bellos cantares que los humanos han sabido construir.
En esa mesa, esas niñas y esas jóvenes, bellas tal vez, inocentes o plenas y una familia que las ve, que sonríe ante sus miradas.
Simple historia de la simpleza.

Ellas son desaparecidas para
ser comerciadas como carne,
para ser sumergidas en el
infinito espanto
de la esclavitud sexual,
en la traición más grande de
los humanos a sí mismos,
transformando al sexo,
esa fiesta de sentido para el
corazón y el alma, en un ritual
ominoso e inmundo en donde ellas,
niñas y jóvenes han sido suprimidas de la vida, han sido descuartizadas de sí mismas, han sido entregadas a cuerpos sudorosos y mugrientos de vergüenza, obligadas a renunciar a ser.

Más de 500 faltan en la Argentina, desaparecidas en “democracia”.
Callan y muchos son cómplices. ¿Y vos?
Callan jueces, policías,
ciudadanos comunes,
defensores de derechos humanos,
partidos políticos,
vecinos, funcionarios.
Callan los miserables que se
regodean en los prostíbulos
con el dolor ajeno y lejano
de esas mujeres y niñas.
Nadie habla de ellas…

Porque faltan más de 500 de ellas. Y sus gritos silenciosos entre jadeos animales de sujetos sin nombre, sólo son eco para el asombro de lo que no se puede aceptar, de lo que lastima las manos de apretarlas y quiebra los ojos de tanto llorar.
Más de 500 chicas desaparecidas en la Argentina para ser comercializadas como si fuesen muebles, piedras, cosas, para ser revisadas como los dientes de un caballo para ver si son aptas... ¿Otra mancha más para el infinito del Horror de la historia?

Puede ser.
Es.
Y una vez más el silencio.
Creemos que el silencio calla lo que no se puede o no se quiere gritar.
Y sin embargo, grita… vaya contradicción ¿no?
TODAS las sociedades tienen silencios.
Mala noticia.
Muy mala noticia.
Más de 500 mujeres niñas están tapadas de silencio
y sin embargo gritan…
¿Escuchás?

Vamos a romper la cadena de silencio que rodea la desaparición de estas mujeres.
Entre todos podemos mover el tablero.
Texto: Carlos Melone
cmelone@jaquealrey.org

Que esto se sepa…
Jaque al Silencio…
Jaque al Olvido…

Friday, May 09, 2008

Catalina 30/4/2008


Friday, December 28, 2007

Navidad 2007


Friday, October 19, 2007

4 de octubre: llegó Catalina!!


Friday, July 27, 2007

Esperando a Catalina




Ya tiene 32 semanas de vida....

Sunday, February 11, 2007

Enamoramiento


"En vísperas del Día de San Valentín : qué ocurre cuando nos enamoramos y qué le depara el siglo XXI al vértigo de la pasión; el enamoramiento hace las delicias de literatos y románticos.
Los franceses acusan el golpe del coup de foudre; los ingleses se precipitan y caen en el amor (to fall in love); nosotros sucumbimos ante el impacto del flechazo. En cualquier latitud, tiempo o circunstancia, el enamoramiento siempre ha tenido algo de violento, súbito, arrasador. “Recibe un millón de besos, pero no me los devuelvas porque me queman la sangre”, le escribía Napoleón Bonaparte a Josefina de Beauharnais. Con retórica sin duda diferente, cada quien ha sentido las delicias y el tormento de un sentimiento destinado a ser excepcional: difícil vivir en permanente estado de vértigo, ensoñaciones y taquicardia. Difícil, asimismo, sostener ese estado próximo a la locura que les permite a dos perfectos desconocidos decidir, de repente y sin demasiadas mediaciones, que han nacido “el uno para el otro”. “Es una dulce patología”, sugiere el psicoanálisis. “Una excusa de la evolución para perpetuar las especies y los genes”, propone la biología. Honrado por la literatura y las artes de todos los tiempos, el enamoramiento nos ha mostrado siempre nuestro costado más irracional. Pero también ha dado cuenta de nuestra más íntima vocación de encuentro con el otro, el preludio inevitable para que surja el amor. Un enroque de emociones que parece tener pronóstico reservado en el individualista y desconfiado siglo XXI. La trama oculta En la antigüedad se creía en espíritus animales que poseían a los enamorados. Nada muy diferente de los conocidos caprichos de Cupido, ese dios romano al que poco le importaba la suerte de quienes recibían sus flechas. Evidentemente, no es nueva la sensación de que el arrebato amoroso acontece más allá de la voluntad o los intereses de los implicados. El enamoramiento no se planifica; simplemente ocurre. Arrasa. “Esta soberana fuerza, que atrae, exclusivamente, uno hacia otro, a dos individuos de sexo diferente, es la voluntad de vivir, manifiesta en toda la especie”, escribió, en el siglo XIX, Arthur Schopenhauer. Este filósofo alemán no pensaba en términos de espíritus naturales, sino de finalidades metafísicas. “La generación venidera, con su determinación absolutamente individual, empuja hacia la existencia –asegura en El amor, las mujeres y la muerte–. Esta energía, este ímpetu, es precisamente la pasión que los futuros padres experimentan el uno por el otro.” El filósofo encontraba en esta poderosa pulsión la explicación a los “amores prohibidos”, esos romances poco convenientes para las exigencias sociales, pero, a su criterio, necesarios para la renovación genética de la especie. Más de un siglo y mucho trabajo de laboratorio después, la ciencia postula explicaciones similares. “Hay elementos conscientes e inconscientes en la elección de pareja, aunque en definitiva todos se remiten a la posibilidad de que nos dé hijitos sanos”, dice, con su estilo desacartonado, Diego Golombek en el libro Sexo, drogas y biología (Siglo XXI). Los signos de belleza, entonces, no serían más que indicios de salud y fertilidad: mayor crecimiento de la mandíbula y vello facial en ellos; curvas, labios gruesos y rasgos armónicos en ellas. “La sensualidad clásica femenina que deja boquiabiertos (o vociferantes) a los obreros de la construcción está diciendo: mirame, mirame, mirame, soy muy fértil, con mis pechos y mis caderas, lista para la reproducción de la especie”, asegura Golombek. El olfato también tiene un papel fundamental: al olerse (y más allá de que conscientemente ni lo registren) los enamorados están percibiendo si son compatibles genéticamente. Pero la explicación biológica no basta en estos tiempos de “sexualidad plástica”. El término lo creó el sociólogo británico Anthony Giddens para definir el surgimiento de “una sexualidad descentrada, liberada de las necesidades de la reproducción y del desmedido predominio de la experiencia sexual masculina”. Por otra parte, si el enamoramiento se rige por el secreto deseo de perpetuar la especie, ¿cómo explicar la intensidad del amor homosexual? “En definitiva, no sabemos qué origina la orientación sexual de una persona: los genes, los cambios prenatales, el ambiente familiar, las primeras relaciones –explica Golombek–. Muy posiblemente se trate de una coctelera de causas sociales, genéticas y ambientales, de la cual salimos todos nosotros.” Ahora bien, cuando en la cima de la pasión –y sea cual sea su elección sexual– los amantes se maravillan ante su “buena química”, están siendo mucho más literales de lo que ellos mismos suponen. “Luego de tener relaciones, el cerebro libera la hormona oxitocina, que ayuda a querer quedarse con el compañero/a de turno; así que cuidado: uno puede pensar que es sólo sexo, pero el día menos pensado se levanta con ganas de envejecer junto a la pareja ocasional”, continúa Golombek. La amable oxitocina disminuye la actividad de zonas del cerebro vinculadas con el miedo y la desconfianza. El enamoramiento inhibe regiones cerebrales destinadas al pensamiento crítico y activa un neurotransmisor llamado dopamina, vinculado con la motivación y la recompensa. De allí al nirvana, poco queda. Salvo las ganas de repetir la experiencia. Una dulce ceguera “Que el amor sea una sorpresa no significa que toda persona sea sorprendente. Uno se enamora de cualquiera en cualquier lugar”, afirma, desafiando siglos de romanticismo, el neurólogo, psiquiatra y etólogo Boris Cyrul nik. Sin embargo, ese “cualquiera en cualquier lugar” no estaría regido por al azar, sino por algo mucho más preciso: la historia de cada individuo. En el libro Bajo el signo del vínculo plantea que, para entender los mecanismos que regulan las distintas maneras de enamorarse, hay que remontarse a la primera revelación amorosa. Aquella que siente el bebé recién nacido cuando, aterrado, con frío, en un medio repentinamente nuevo y hostil, escucha una voz conocida, percibe que una tranquilizadora suavidad lo envuelve, le da calor, lo alimenta y lo sumerge en su aroma protector. Acunado por su madre, ingresa en un paraíso sensorial. El mismo que intentamos evocar cuando nos dejamos llevar por las embriagadoras aguas del enamoramiento. “Al individuo aislado le resulta muy difícil enfrentar la angustia que lo amenaza cada día –explica Hugo Litvinoff, miembro titular en función didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina–. Entonces, tiende a construir la ilusión de encontrar un amor que sea un bálsamo para todas sus heridas, un vínculo en el que el bienestar permanente se encuentre al alcance de la mano.” Así comenzarían las relaciones amorosas: con un “ingenuo engaño” llamado enamoramiento por medio del cual “el individuo cree haber encontrado a un ser perfecto, hecho a su medida, predestinado para él. Y así como el otro es maravilloso, él también es esencial, importante y perfecto para la persona que lo ama –aclara Litvinoff–. Tarde o temprano, este espejismo cae, y con gran sufrimiento y desilusión el individuo se encuentra con la persona real, cargada como él mismo de fallas y limitaciones. Es entonces cuando aparece el gran desafío de pasar del enamoramiento al amor genuino”. Para Cyrulnik, el enamoramiento tiene una específica función biológica: crear las condiciones para el apego, ese vínculo que dos personas tejen día a día, no sin dificultades. El “flechazo” ocurre, además, en momentos muy precisos, cuando nuestro organismo, nuestras estructuras psíquicas y el entorno social nos vuelven especialmente vulnerables. “La oportunidad, o timing, del enamoramiento depende de la hora que marca un reloj biológico cerebral y de circunstancias sociales”, señala Alberto Orlandini, médico especializado en psiquiatría. Sólo bajo ese estado de extremada sensibilidad, tormenta hormonal y “dulce ceguera” es que nos tornamos aptos para recibir al otro. Cuando el torbellino pasa, apenas quedan la realidad y un limitado, frágil, incipiente vínculo. No obstante, “hay quienes pueden encontrar en las limitaciones del otro y las propias un incentivo para el amor, la ternura, el compañerismo y la sexualidad”, asegura Litvinoff. Cuestión nada sencilla en esta época. Según el sociólogo Zygmunt Bauman, la fluidez, fragilidad y transitoriedad que rigen la vida contemporánea tienen un efecto letal sobre el impulso amoroso. En un mundo que “parece conspirar contra la confianza”, y en el que hombres y mujeres tienden a sentirse descartables, nadie está dispuesto a invertir a largo (o mediano) plazo afectivo. Bastante antes que Bauman, el pensador alemán Erich Fromm ya había alertado sobre la crisis del sentimiento amoroso en la sociedad contemporánea. A fines de los años 50 escribió El arte de amar, y allí observaba que el predominio de la lógica de mercado, el consumismo y la feroz competencia individual conspiraban contra la capacidad afectiva de los seres humanos. Ante tan desalentador panorama, proponía trabajar en pos de una “fe racional en el amor”. Fromm no entendía este tipo de fe como una creencia, sino como “una convicción arraigada en la propia experiencia mental o afectiva”. Una certeza profunda, conseguida a costa de trabajo y dolorosa honestidad con uno mismo. Algo que, en medio de la vorágine diaria, permita a las personas creer “en el propio amor, en su capacidad de producir amor en los demás, y en su confianza”. Quizás en algo similar pensaba Mark Twain cuando, en el encantador Diario de Adán y Eva, le hacía decir a uno de los personajes: “Si me preguntan por qué lo amo, descubro que no lo sé. Y realmente no me interesa saber."

"El amor, esa locura necesaria", por Diana Fernandez Irusta - Diario La Nación, Argentina, 11/02/2007

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